La novela de Philip Roth, Indignación, es un misil dirigido a las creencias fundamentales del lector, entendidas como aquel suelo firme con el que contamos. De partida, se trata de una obra breve, muy bien escrita y que se lee sin tregua, de punta a cabo. Por cierto, es una novela de tesis, argumentativa y poderosamente argumentativa (no en vano la referencia central es a Por qué no soy cristiano, de Bertrand Russell): la conjetura es que la condición humana es absurda, tragicómicamente absurda, porque depende de una combinación azarosa de elecciones y actitudes triviales y circunstancias sociales e históricas que escapan al control del individuo. En la ecuación entre la persona, de un lado, y sociedad e historia, del otro, nuestra vida pendería de "minucias" en un mundo sin orden ni sentido.Roth divide su obra en dos partes ("Bajo la morfina" y "Salida de abajo") con dos narradores distintos. En la primera parte, el joven Marcus Messner rememora en primera persona su adolescencia en Newark (ciudad natal de Roth), su difícil relación con su paranoico padre (un carnicero kosher), su "huida" a la Universidad de Winesburg, Ohio, su iniciación sexual allí y, principalmente, los conflictos que mantiene con las autoridades de la universidad que, a pesar de declararse laica, mantiene un estricto control sobre la conducta y conciencia de los alumnos, incluida la obligación de asistir a sermones religiosos mensuales. La memoria del narrador se concentra en los años 1950 y 1951, en el campus de Winesburg, y desde ellos irradia a Newark y a Corea donde miles de jóvenes como él mueren en la cruenta guerra. Marcus, según él cree, narra su historia desde el más allá y postula que la muerte no consiste sino en un sordo, inútil y solitario rememorar. Ese relato, sin embargo, se detiene antes de su expulsión de la universidad. Nunca Marcus, desde su limbo, informa de ese hecho, de su posterior reclutamiento ni de sus experiencias en Corea. La voz del narrador no tiene nada de espectral: es luminosa, ordenada, lúcida y selectiva a la hora de recordar. La prosa de Roth, escueta y precisa, asume distintos registros y alcanza cimas con las descripciones de las matanzas rituales en la carnicería kosher, en las escenas de enfrentamiento con el decano de Caudwell o en la violenta pieza de oratoria patriotera del presidente Lentz.En la segunda parte ("Salida de debajo") un narrador en tercera persona, muy omnisciente, informa que, en verdad, como lo prevenía el subtítulo de la primera parte, el relato anterior corresponde a los segundos previos a la muerte del soldado Messner, relato llevado a cabo bajo los efectos de la morfina "que se habían instalado en el depósito de su cerebro como un combustible mnemónico mientras calmaban con éxito el dolor de las heridas de bayoneta". La muerte interrumpe ese recordar. "Aquí cesa la memoria", señala el segundo narrador y, enseguida, es él quien nos cuenta el resto de la historia de Marcus, el destino de los demás personajes, el desarrollo de la guerra de Corea, los cambios que una década después de incorporan al college de Winesburg, es decir, recoge los hilos de la novela y, al final, descarga él su ira, su propia indignación. Hay, por lo tanto, dos indignaciones: la de Marcus y la del "otro narrador". De un lado, está la rebeldía de este joven honesto, recto, esforzado, que recita de modo casi literal las tesis ateas de Bertrand Russell, contra la intromisión de las autoridades universitarias en su libertad de conciencia e intimidad (autoridades que son una prolongación de la figura de su padre). Y, luego, la indignación de ese narrador indeterminado contra el sinsentido y absurdo global de la existencia y de la historia, ante la cual la primera es una minucia, una mera y casi cómica banalidad. Roth sacrifica a su propio héroe y a su gesto de rebeldía, ese "bueno, viejo y desafiante 'fuck you' americano", y lo disuelve en una mecánica azarosa y terrible de casualidades. Podría reprocharse a Roth que en esta segunda parte es, literariamente, también un padre autoritario, que mantiene en el plano del texto el orden, la articulación y el sentido que le niega al mundo.Indignación no es una novela de iniciación o aprendizaje, porque el protagonista no alcanza su madurez: su existencia en el relato, su única existencia desde luego, es tronchada por el propio autor de manera despiadada, ya que así lo exige la tesis por la cual argumenta. Marcus muere víctima de la lección que su padre sin estudios se había empeñado en enseñarle y que Roth hace suya: "la terrible, la incomprensible manera en que las elecciones triviales, fortuitas y casi cómicas obtienen el resultado más desproporcionado": un relato magistralmente narrado de conclusiones desoladoras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario